Por Eduardo Galeano
1511
Yara
…
En
estas islas, en estos humilladeros, son muchos los que eligen su muerte,
ahorcándose o bebiendo veneno junto a sus hijos. Los invasores no pueden evitar
esta venganza, pero saben explicarla: los indios, tan salvajes que piensan
que todo es común, dirá Oviedo, son gente de su natural ociosa e
viciosa, e de poco trabajo... Muchos dellos por su pasatiempo, se mataron con
ponzoña por no trabajar, y otros se ahorcaron con sus propias manos.
Hatuey, jefe indio de la región de la
Guahaba, no se ha suicidado. En canoa huyó de Haití, junto a los suyos, y se
refugió en las cuevas y los montes del oriente de Cuba.
Allí señaló una cesta llena de oro y dijo:
–Éste es el dios de los cristianos. Por él
nos persiguen. Por él han muerto nuestros padres y nuestros hermanos. Bailemos
para él. Si nuestra danza lo complace, este dios mandará que no nos maltraten.
Lo atrapan tres meses después.
Lo atan a un palo.
Antes de encender el fuego que lo reducirá
a carbón y ceniza, un sacerdote le promete gloria y eterno descanso si acepta
bautizarse. Hatuey pregunta:
–En ese cielo, ¿están los cristianos?
–Sí.
Hatuey elige el infierno y la leña empieza
a crepitar.
Fuente:
Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.
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