Por Noam Chomsky
Jefferson
murió el 4 de julio de 1826 –exactamente cincuenta años después de la
Declaración de Independencia. Casi al final de su vida hablaba de los logros
alcanzados con una mezcla de preocupación y esperanza, e instaba a la población
a luchar por mantener los triunfos de la democracia.
Jefferson distinguía dos grupos: los
aristócratas y los demócratas. Los primeros "temen y desconfían de la
gente y desean quitarle todo el poder para depositarlo en la clase alta".
Incluso hoy muchos intelectuales respetables consideran válida esta postura,
que es muy similar a la doctrina leninista de que el partido de vanguardia o
los intelectuales radicales deben tomar el poder y encaminar a las masas hacia
un futuro mejor. La mayoría de los liberales es aristócrata en el sentido jeffersoniano,
y [el ex secretario de estado] Henry Kissinger es un ejemplo extremo de un
aristócrata.
Los demócratas –escribió Jefferson–
"se identifican con la gente, le tienen confianza, la valoran y la
consideran el guardián más honesto y seguro –aunque no el más sabio– del
interés público. En otras palabras, los demócratas creen que la gente debe
ejercer el control, tome o no las decisiones acertadas. Existen algunos
demócratas hoy en día, pero su participación es cada vez más restringida.
Jefferson advirtió sobre todo que se
vigilara a las "instituciones bancarias y sociedades mercantiles" –lo
que hoy llamaríamos consorcios– pues afirmaba que, en caso de que crecieran,
los aristócratas habrían ganado y la revolución estaría vencida. Los peores
temores de Jefferson se cumplieron –aunque no enteramente como él lo supuso.
Fuente:
Chomsky, N. (1994), Secretos, mentiras y democracia, Siglo XXI, México,
D. F.
No hay comentarios:
Publicar un comentario