Por Eduardo Galeano
En
1869, el canal de Suez hizo posible la navegación entre dos mares.
Sabemos que Ferdinand de Lesseps fue autor
del proyecto, que el pachá Said y sus herederos vendieron el canal a los
franceses y a los ingleses a cambio de poco o nada,
que Giuseppe Verdi compuso la ópera «Aída»
para que fuera cantada en la inauguración
y que noventa años después, al cabo de una
larga y dolida pelea, el presidente Gamal Abdel Nasser logró que el canal fuera
egipcio.
¿Quién recuerda a los ciento veinte mil
presidiarios y campesinos, condenados a trabajos forzados, que construyendo el
canal cayeron asesinados por el hambre, la fatiga y el cólera?
En 1914, el canal de Panamá abrió un tajo
entre dos océanos.
Sabemos que Ferdinand de Lesseps fue autor
del proyecto,
que la empresa constructora quebró, en uno
de los más sonados escándalos de la historia de Francia,
que el presidente de los Estados Unidos,
Teddy Roosevelt, se apoderó del canal y de Panamá y de todo lo que encontró en
el camino
y que sesenta años después, al cabo de una
larga y dolida pelea, el presidente Omar Torrijos logró que el canal fuera
panameño.
¿Quién recuerda a los obreros antillanos,
hindúes y chinos que cayeron construyéndolo? Por cada kilómetro murieron
setecientos, asesinados por el hambre, la fatiga, la fiebre amarilla y la
malaria.
Fuente:
Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.
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