Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de shorturl.at/cfLU3
Cuando
estaba bajando la escalera de caracol de un barco, se le ocurrió que quizá las
moléculas de las proteínas viajaran así, en espiral y sobre suelo ondulado; y
eso resultó ser un hallazgo científico.
Cuando descubrió que los automóviles
tenían la culpa de lo mucho que él tosía en la ciudad de Los Ángeles, inventó
el auto eléctrico, que fue un fracaso comercial.
Cuando se enfermó de los riñones, y los
medicamentos no lo mejoraban, se recetó comida sana y bombardeos de vitamina C.
Y se curó.
Cuando estallaron las bombas sobre
Hiroshima y Nagasaki, fue invitado a dictar una conferencia científica en
Hollywood, y cuando descubrió que no había dicho lo que quería decir pasó a
encabezar la campaña mundial contra las armas nucleares.
Cuando recibió el Premio Nobel por segunda
vez, la revista Life denunció que eso era un insulto. Ya en dos
ocasiones el gobierno de los Estados Unidos lo había dejado sin pasaporte,
porque era sospechoso de simpatías comunistas, o porque había dicho que Dios
era una idea no necesaria.
Se llamaba Linus Pauling. Había nacido
mientras nacía el siglo veinte.
Fuente:
Galeano, E. (2012), Los hijos de los días, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
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