Por Ian Kershaw
En
Croacia, estado recién creado (con la incorporación de Bosnia y Herzegovina)
tras la invasión de Yugoslavia por los alemanes en abril de 1941, los nazis
encontraron a terceros que se encargaron de hacer por ellos el trabajo sucio.
El gobierno que instalaron al mando de Ante Pavelić, el líder de los ústache
fascistas, fomentó un régimen de terror prácticamente indecible. Era un
movimiento fanático que probablemente no tuviera más de unos 5.000 partidarios
antes de hacerse con el poder, pero que estaba decidido a llevar a cabo la
«limpieza» del país de todos los no croatas, casi la mitad de la totalidad de
sus habitantes, unos 6,3 millones de personas. El objetivo de Pavelić era
resolver el «problema serbio» convirtiendo al catolicismo a una tercera parte
de los casi 2 millones de serbios de Croacia, expulsando a otra tercera parte y
matando a la tercera parte restante. Se trataba de una locura letal.
Tal vez pueda discutirse si Pavelić estaba
o no completamente en su juicio (se cuenta que guardaba una cesta llena de ojos
humanos en un cajón de su escritorio a modo de souvenir). No cabe duda,
eso sí, de la cordura de la mayoría de sus secuaces. Pero las atrocidades
perpetradas por sus escuadrones de la muerte, que a veces llegaron a masacrar a
aldeas enteras, y cuyos principales objetivos eran los serbios, los judíos y
los gitanos, con el fin de eliminar toda influencia no croata, alcanzarían los
abismos más profundos del horror y el sadismo. En cierta ocasión mataron a
tiros a 500 hombres, mujeres y niños serbios de una pequeña localidad situada
no lejos de Zagreb. Cuando las 250 personas de las aldeas vecinas se reunieron
dispuestas a convertirse al catolicismo con tal de evitar ser asesinadas, seis ústache
las encerraron dentro de la iglesia ortodoxa serbia y las asesinaron una tras
otra golpeándolas en la cabeza con mazas erizadas de clavos. Otras orgías de
muerte comportaron niveles absolutamente obscenos de humillación y tortura.
Incluso en una región en la que la violencia política llevaba largo tiempo
siendo endémica, nunca hasta entonces se había vivido ni de lejos una
catástrofe humana de tal calibre. En 1943 los ústache habían asesinado a
cerca de 400.000 personas.
Fuente: Kershaw,
I. (2015), Descenso a los infiernos, Crítica, Barcelona.
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