Por Eduardo Galeano
1900
San
José de Gracia
…
Hubo
quien gastó los ahorros de varias generaciones en una sola parranda corrida.
Muchos insultaron a quien no podían y besaron a quien no debían, pero nadie
quiso acabar sin confesión. El cura del pueblo dio preferencia a las
embarazadas y a las recién paridas. El abnegado sacerdote pasó tres días y tres
noches clavado en el confesionario, hasta que se desmayó por indigestión de pecados.
Cuando llegó la medianoche del último día
del siglo, todos los habitantes del pueblo de San José de Gracia se prepararon
para bien morir. Mucha ira había acumulado Dios desde la fundación del mundo, y
nadie dudó de que era llegado el momento de la reventazón final. Sin respirar,
ojos cerrados, dientes apretados, las gentes escucharon las doce campanadas de
la iglesia, una tras otra, muy convencidas de que no habría después.
Pero hubo. Hace rato que el siglo veinte
se ha echado a caminar y sigue como si nada. Los habitantes de San José de
Gracia continúan en las mismas casas, viviendo o sobreviviendo entre las mismas
montañas del centro de México, para desilusión de las beatas, que esperaban el
Paraíso, y para alivio de los pecadores, que encuentran que este pueblito no
está tan mal, al fin y al cabo, si se compara.
Fuente:
Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo
Veintiuno, Madrid.
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