Por Eduardo Galeano
Ravena
debía obediencia al emperador Justiniano y a la emperatriz Teodora, aunque las
afiladas lenguas de la ciudad se deleitaban evocando el turbio pasado de esa
mujer, las danzas en los bajos fondos de Constantinopla, los gansos picoteando
semillas de cebada en su cuerpo desnudo, sus gemidos de placer, los rugidos del
público...
Pero eran otros los pecados que la
puritana ciudad de Ravena no le podía perdonar. Los había cometido después de
su coronación. Por culpa de Teodora, el imperio cristiano bizantino había sido
el primer lugar en el mundo donde el aborto era un derecho,
no se penaba con muerte el adulterio,
las mujeres tenían derecho de herencia,
estaban protegidas las viudas y los hijos
ilegales,
el divorcio de la mujer ya no era una
hazaña imposible
y ya no estaban prohibidas las bodas de
los nobles cristianos con mujeres de clases subalternas o de religión
diferente.
Mil quinientos años después, el retrato de
Teodora en la iglesia de San Vital es el mosaico más famoso del mundo.
Esta obra maestra de la pedrería es,
también, el símbolo de la ciudad que la odiaba y que ahora vive de ella.
Fuente:
Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.
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