Por Eduardo Galeano
1945
Buenos
Aires
…
El
general MacArthur se hace cargo de los japoneses y Spruille Braden se ocupa de
los argentinos. Para conducir a los argentinos por la buena senda de la
Democracia, el embajador norteamericano Braden reúne a todos los partidos,
desde el Conservador hasta el Comunista, en un frente único contra Juan Domingo
Perón. Según el Departamento de Estado, el coronel Perón, ministro de Trabajo
del gobierno, es el jefe de una banda de nazis. La revista «Look» afirma que se
trata de un pervertido, que en los cajones de su escritorio guarda fotos de
indias desnudas de la Patagonia junto a las imágenes de Hitler y Mussolini.
Volando recorre Perón el camino a la
presidencia. Lleva del brazo a Evita, actriz de radioteatro, de ojos febriles y
entradora voz; y cuando él se cansa o duda o se asusta, es ella quien lo lleva.
Perón reúne más gente que todos los partidos juntos. Cuando lo acusan de
agitador, responde que a mucha honra. Los copetudos, los de punta en blanco,
corean el nombre del embajador Braden en las esquinas del centro de Buenos
Aires, agitando sombreros y pañuelos, pero en los barrios obreros gritan el
nombre de Perón las descamisadas multitudes. El pueblo laburante, desterrado en
su propia tierra, mudo de tanto callar, encuentra patria y voz en este raro
ministro que se pone siempre de su lado.
El prestigio popular de Perón crece y
crece a medida que él desempolva olvidadas leyes sociales o crea leyes nuevas.
Suyo es el estatuto que obliga a respetar los derechos de quienes se desloman
trabajando en estancias y plantaciones. El estatuto no se queda en el papel y
así el peón de campo, casi cosa, se hace obrero rural con sindicato y todo.
Fuente:
Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.
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