Por Eduardo Galeano
1795
Quito
…
Pasó
por la historia cortando y creando.
Escribió las más filadas palabras contra
el régimen colonial y sus métodos de educación, una educación de esclavos,
y destripó el ampuloso estilo de los retóricos de Quito. Clavó sus diatribas en
puertas de iglesias y esquinas principales, para que se multiplicaran después,
de boca en boca, porque escribiendo de anónimo podía muy bien quitar la
máscara a los falsos sabios y hacer que parecieran en el traje de su verdadera
y natural ignorancia.
Predicó el gobierno de América por los
nacidos en ella. Propuso que el grito de independencia resonara, a la vez, en
todos los virreinatos y audiencias, y que se unieran las colonias, para hacerse
patrias, bajo gobiernos democráticos y republicanos.
Era hijo de indio. Recibió al nacer el
nombre de Chusig, que significa lechuza. Para tener título de médico,
decidió llamarse Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, nombre que
suena a linaje largo, y así pudo practicar y difundir sus descubrimientos
contra la viruela y otras pestes.
Fundó, dirigió y escribió de cabo a rabo Primicias
de la Cultura, el primer periódico de Quito. Fue director de la biblioteca
pública. Jamás le pagaron el sueldo.
Acusado de crímenes contra el rey y contra
Dios, Espejo fue encerrado en celda inmunda. Allí murió, de cárcel; y con el
último aliento suplicó el perdón de sus acreedores.
La ciudad de Quito no registra en el libro
de gentes principales el fin de este precursor de la independencia
hispanoamericana, que ha sido el más brillante de sus hijos.
Fuente:
Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
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