Por Ian Kershaw
Hitler
creía que el pueblo ruso sólo era apto para el trabajo duro realizado bajo
coerción. Su condición natural, y la que prefería, era la desorganización
generalizada. «Los ucranianos –comentó en otra ocasión– eran exactamente igual
de holgazanes, desorganizados y nihilistamente asiáticos que los habitantes de
la gran Rusia». Hablar de cualquier clase de ética del trabajo era absurdo. Lo
único que entendían era «el látigo». Admiraba la brutalidad de Stalin. Pensaba
que el dictador soviético era «uno de los seres humanos más grandes que había
vivos, ya que había conseguido forjar, aunque sólo mediante la coacción más
cruel, un Estado a partir de aquella familia de conejos eslavos». Describió al
«taimado caucásico» como «uno de los personajes más extraordinarios de la
historia», un hombre que rara vez abandonaba su despacho, pero podía gobernar
gracias a una burocracia servil.
Fuente:
Kershaw, I. (2008), Hitler, Península, Barcelona.
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