Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de shorturl.at/etU19
1695
Serra
Dois Irmãos
…
Honduras
del paisaje, hondones del alma. Fuma en pipa Zumbí, perdida la mirada en las
altas piedras rojas y en las grutas abiertas como heridas, y no ve que nace el
día con luz enemiga ni ve que huyen los pájaros, asustados, en bandadas.
No ve que llega el traidor. Ve que llega
el compañero, Antonio Soares, y se levanta y lo abraza. Antonio Soares le hunde
varias veces el puñal en la espalda.
Los soldados clavan la cabeza en la punta
de una lanza y la llevan a Recife, para que se pudra en la plaza y aprendan los
esclavos que Zumbí no era inmortal.
Ya no respira Palmares. Había durado un siglo
y había resistido más de cuarenta invasiones este amplio espacio de libertad
abierto en la América colonial. El viento se ha llevado las cenizas de los
baluartes negros de Macacos y Subupira, Dambrabanga y Obenga, Tabocas y
Arotirene. Para los vencedores, el siglo de Palmares se reduce al instante de
las puñaladas que acabaron con Zumbí. Caerá la noche y nada quedará bajo las
frías estrellas. Pero, ¿qué sabe la vigilia comparado con lo que sabe el sueño?
Sueñan los vencidos con Zumbí; y el sueño
sabe que mientras en estas tierras un hombre sea dueño de otro hombre, su
fantasma andará. Cojeando andará, porque Zumbí era rengo por culpa de una bala;
andará tiempo arriba y tiempo abajo y cojeando peleará en estas selvas de
palmeras y en todas las tierras del Brasil. Se llamarán Zumbí los jefes de las
incesantes rebeliones negras.
Fuente:
Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo
XXI, México, D.F.
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