Por Eduardo Galeano
1681
Ciudad
de México
…
Desde
fines del año pasado, un cometa incendia el cielo de México. ¿Qué males anuncia
el colérico profeta? ¿Qué penas traerá? ¿Se derrumbará el sol sobre la tierra?
¿El sol como gran puño de Dios? ¿Se secará la mar y no quedará ni gota de los
ríos?
–Por ninguna razón han de ser infaustos
los cometas –responde el sabio a los despavoridos.
Carlos de Sigüenza y Góngora publica su Manifiesto
philosofico contra los cometas despojados del imperio que tenían sobre los
tímidos, formidable alegato contra la superstición y el miedo. Se desata la
polémica entre la astronomía y la astrología, entre la curiosidad humana y la
revelación divina. El jesuita alemán Eusebio Francisco Kino, que anda por estas
tierras, se apoya en seis fundamentos bíblicos para afirmar que casi todos los
cometas son precursores de siniestros, tristes y calamitosos sucesos.
Desdeñoso, Kino pretende enmendar la plana de Sigüenza y Góngora, que es hijo
de Copérnico y Galileo y otros herejes; y le responde el sabio criollo:
–Podrá usted reconocer, al menos, que
hay también matemáticos fuera de Alemania, aunque metidos entre los carrizales
y espadañas de la mexicana laguna.
Cosmógrafo mayor de la Academia, Sigüenza
y Góngora ha intuido la ley de gravedad y cree que otras estrellas han de
tener, como el sol, planetas volando alrededor. Valiéndose del cálculo de los
eclipses y los cometas, ha conseguido situar las fechas de la historia indígena
de México; por ser la tierra su oficio tanto como el cielo, también ha fijado
exactamente la longitud de esta ciudad (283° 23' al oeste de Santa Cruz de
Tenerife), ha dibujado el primer mapa completo de esta región y ha contado sus
sucesos, en verso y prosa, en obras de títulos extravagantes, al uso del siglo.
Fuente:
Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo
XXI, México, D.F.
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