Por Eduardo Galeano
1948
Bogotá
…
Invaden
el centro de Bogotá las ruanas indias y las alpargatas obreras, manos curtidas
por la tierra o por la cal, manos manchadas de aceite de máquinas o de lustre
de zapatos, y al torbellino acuden los changadores y los estudiantes y los
camareros, las lavanderas del río y las vivanderas del mercado, las sieteamores
y los sieteoficios, los buscavidas, los buscamuertes, los buscasuertes: del
torbellino se desprende una mujer llevándose cuatro abrigos de piel, todos
encima, torpe y feliz como osa enamorada; como conejo huye un hombre con varios
collares de perlas en el pescuezo y como tortuga camina otro con una nevera a
la espalda.
En las esquinas, niños en harapos dirigen
el tránsito, los presos revientan los barrotes de las cárceles, alguien corta a
machetazos las mangueras de los bomberos. Bogotá es una inmensa fogata y el
cielo una bóveda roja; de los balcones de los ministerios incendiados llueven
máquinas de escribir y llueven balazos desde los campanarios de las iglesias en
llamas. Los policías se esconden o se cruzan de brazos ante la furia.
Desde el palacio presidencial, se ve venir
el río de gente. Las ametralladoras han rechazado ya dos ataques, pero el
gentío alcanzó a arrojar contra las puertas del palacio al destripado pelele
que había matado a Gaitán.
Doña Bertha, la primera dama, se calza un
revólver al cinto y llama por teléfono a su confesor:
–Padre, tenga la bondad de llevar a mi
hijo a la Embajada americana.
Desde otro teléfono, el presidente,
Mariano Ospina Pérez, manda proteger la casa del general Marshall y dicta
órdenes contra la chusma alzada. Después, se sienta y espera. El rugido crece
desde las calles.
Tres tanques encabezan la embestida contra
el palacio presidencial. Los tanques llevan gente encima, gente agitando
banderas y gritando el nombre de Gaitán, y detrás arremete la multitud erizada
de machetes, hachas y garrotes. No bien llegan a palacio, los tanques se
detienen. Giran lentamente las torretas, apuntan hacia atrás y empiezan a matar
pueblo a montones.
Fuente:
Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.
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