Por Bertrand Russell
Antístenes
era un carácter notable; en ciertos aspectos, algo así como Tolstoi. Hasta
después de la muerte de Sócrates vivió en el círculo aristocrático de sus
condiscípulos y no mostró ningún signo de heterodoxia. Pero algo le incitó –sea
la derrota de Atenas, la muerte de Sócrates o cierto disgusto por el ergotismo
filosófico–, ya no muy joven, a despreciar las cosas que anteriormente
estimara. No tenía nada, sino la simple bondad. Se asoció con los hombres
trabajadores y vistió como ellos. Adoptó un aire práctico al perorar, en un
estilo que el inculto podía comprender. Reputó de viles a todos los filósofos
refinados; cuanto tuviera que conocerse, podía ser conocido por el hombre
sencillo. Creía en la «vuelta a la naturaleza», y llevó este credo muy lejos.
No había que tener gobierno ni propiedad privada, ni matrimonio, ni religión establecida.
Sus seguidores, si no él mismo, condenaron la esclavitud. No era exactamente
ascético, pero despreciaba el lujo y todo lo que fomentaba los placeres
artificiales de los sentidos. «He sido más bien loco que voluptuoso», dice.
Fuente:
Russell, B. (1946), Historia de la filosofía occidental, Espasa, Madrid.
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