Por Eduardo Galeano
1893
Canudos
…
Hace
mucho tiempo que los profetas recorren las tierras candentes del nordeste
brasileño. Anuncian que el rey Sebastián regresará desde la isla de las Brumas
y castigará a los ricos y volverá blancos a los negros y jóvenes a los viejos.
Cuando acabe el siglo, anuncian, el desierto será mar y el mar, desierto; y el
fuego arrasará las ciudades del litoral, frenéticas adoradoras del dinero y el
pecado. Sobre las cenizas de Recife, Bahía, Río y San Pablo se alzará una nueva
Jerusalem y en ella Cristo reinará mil años. Se acerca la hora de los pobres,
anuncian los profetas: faltan siete años para que el cielo baje a la tierra.
Entonces ya no habrá enfermedad ni muerte; y en el nuevo reino terrestre y
celeste toda injusticia será reparada.
El beato Antônio Conselheiro vaga de
pueblo en pueblo, fantasma escuálido y polvoriento, seguido por un coro de
letanías. La piel es una gastada armadura de cuero; la barba, una maraña de
zarzas; la túnica, una mortaja en harapos. No come ni duerme. Reparte entre los
infelices las limosnas que recibe. A las mujeres, les habla de espaldas. Niega
obediencia al impío gobierno de la república y en la plaza del pueblo de Bom
Conselho arroja al fuego los edictos de impuestos.
Perseguido por la policía, huye al
desierto. Con doscientos peregrinos, funda la comunidad de Canudos junto al
lecho de un río fugaz. Aquí flota y fulgura el calor sobre la tierra. El calor
no deja que la lluvia toque el suelo. Brotan de los cerros calvos las primeras
casuchas de barro y paja. En medio de esta hosca tierra, tierra prometida,
primer escalón hacia los cielos, Antônio Conselheiro alza en triunfo la imagen
de Cristo y anuncia el apocalipsis: Serán aniquilados los ricos, los
incrédulos y las coquetas. Se teñirán de sangre las aguas. No habrá más que un
pastor y un solo rebaño. Muchos sombreros y pocas cabezas...
Fuente:
Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
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