Por Eduardo Galeano
Con
diez años de guerra fue castigada Nicaragua, cuando cometió la insolencia de
ser Nicaragua. Un ejército reclutado, entrenado, armado y orientado por los
Estados Unidos atormentó al país, durante los años ochenta, mientras una
campaña de envenenamiento de la opinión pública mundial confundía al proyecto
sandinista con una conspiración tramada en los sótanos del Kremlin. Pero no se
atacó a Nicaragua porque fuera el satélite de una gran potencia, sino para que
volviera a serlo; no se atacó a Nicaragua porque no fuera democrática, sino
para que no lo fuera. En plena guerra, la revolución sandinista había
alfabetizado a medio millón de personas, había abatido la mortalidad infantil
en un tercio y había desatado la energía solidaria y la vocación de justicia de
muchísima gente. Ése fue su desafío, y ésa fue su maldición. Al fin, los
sandinistas perdieron las elecciones, por el cansancio de la guerra extenuante
y devastadora. Y después, como suele ocurrir, algunos dirigentes pecaron contra
la esperanza, pegando una voltereta asombrosa contra sus propios dichos y sus
propias obras.
Fuente:
Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
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