Por Eduardo Galeano
Pola
Bonilla modelaba barros y niños. Ella era ceramista de buena mano y maestra de
escuela en los campos de Maldonado; y en los veranos ofrecía a los turistas sus
cacharros y chocolate con churros.
Pola adoptó a un negrito nacido en la
pobreza, de los muchos que llegan al mundo sin un pan bajo el brazo, y lo crió
como hijo.
Cuando ella murió, él ya era hombre
crecido y con oficio. Entonces los parientes de Pola le dijeron:
–Entrá en la casa y llevate lo que
quieras.
Él salió con la foto de ella bajo el brazo
y se perdió en el camino.
Fuente:
Galeano, E. (1993), Las palabras andantes, Siglo Veintiuno, México, D.F.
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