Por Eduardo Galeano
Imagen tomada de https://shorturl.at/hMPRW
Thomas
Sankara cambió el nombre del Alto Volta. La antigua colonia francesa pasó a
llamarse Burkina Faso, tierra de hombres honestos.
Tras el largo dominio colonial, los
hombres honestos heredaron el desierto: campos exhaustos, ríos secos, bosques
devastados. Uno de cada dos nacidos no llegaba vivo a los tres meses.
Sankara encabezó el cambio. La energía
comunitaria se puso al servicio de la multiplicación de los alimentos, la
alfabetización, el renacimiento de los bosques nativos y la defensa del agua,
escasa y sagrada.
La voz de Sankara multiplicó sus ecos
desde el África hacia el mundo:
–Proponemos que se destine a la
salvación de la vida en este planeta al menos el uno por ciento de las
fabulosas sumas que se gastan estudiando la vida en otros planetas.
–El Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional nos niegan fondos para buscar agua a cien metros, pero nos
ofrecen excavar pozos de tres mil metros para buscar petróleo.
–Queremos crear un mundo nuevo. Nos
negamos a elegir entre el infierno y el purgatorio.
–Denunciamos a los hombres cuyo egoísmo
causa el infortunio del prójimo. Sigue impune en el mundo la destrucción de la
biosfera, con esos ataques asesinos contra la tierra y el aire.
En 1987, la llamada comunidad
internacional decidió deshacerse de este nuevo Lumumba.
Se encomendó la tarea a su mejor amigo,
Blaise Campaoré.
El crimen le otorgó poder perpetuo.
Fuente:
Galeano, E. (2008), Espejos, Siglo XXI, Buenos Aires.
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