Por Eduardo Galeano
Mil
colores luce la muerte en el cementerio de Chichicastenango. Quizá los colores
celebran, en las tumbas florecidas, el fin de la pesadilla terrestre: este mal
sueño de mandones y mandados que la muerte acaba cuando de un manotazo nos
desnuda y nos iguala.
Pero en el cementerio no hay lápidas de
1982, ni de 1983, cuando fue el tiempo de la gran matazón en las comunidades
indígenas de Guatemala. El ejército arrojó esos cuerpos a la mar, o a las bocas
de los volcanes, o los quemó en quién sabe qué fosas.
Los alegres colores de las tumbas de
Chichicastenango saludan a la muerte, la Igualadora, que con igual cortesía
trata al mendigo y al rey. Pero en el cementerio no están los que murieron por
querer que así también fuera la vida.
Fuente:
Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo XXI, México, D.F.
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