Desde fuera yo veía cómo movían las
cabezas de izquierda a derecha, de izquierda a derecha, casi al unísono, y veía
que al mismo tiempo que las cabezas movían las piernas, dando pequeños pasos en
el propio terreno, y a la vez que las cabezas y las piernas movían los traseros
y los brazos con una gracia que no sé describir, y a casi todos semejante
movimiento les dejaba sin energía para
nada más, pero dos o tres alcanzaban todavía a decir te perderás dentro de mis recuerdos por haberme hecho llorar, y había
uno que cantaba tan bien que podría haber acompañado a la mismísima Natalia
Lafourcade o al resto de intérpretes de esta fiesta que había comenzado con «Made
in Japan» de Alphaville, y que había atravesado por los pregones de Héctor
Lavoe y por un rocanrol de los Kinks que dice me gustaría volar pero ni siquiera puedo nadar, y aunque la música
variaba el baile era siempre lo mismo, mover las cabezas y las piernas y los
traseros y los brazos, y si desde fuera todo lucía más bien ridículo, por dentro
cundía una magia blanca, la seria diversión del rito muy esperado, una de las
tantas caras del goce de vivir.
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24/4/19
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