El anarquismo es célebre por oponerse al
Estado, al mismo tiempo que aboga por «una administración planificada en
interés de la comunidad», en palabras de Rocker; y, aparte de eso, por amplias
federaciones de comunidades y lugares de trabajos dotados de autogobierno. En
el mundo real actual, los anarquistas centrados en esos objetivos apoyan a
menudo al poder del Estado para proteger a las personas, a la sociedad y a la
tierra de los estragos de la concentración del capital en manos privadas.
Pensemos, por ejemplo, en un respetado periódico anarquista como Freedom, creado como un periódico del
socialismo anarquista por los seguidores de Kropotkin en 1886. Al abrir sus
páginas, vemos que muchas de ellas están dedicadas a defender esos derechos, a
menudo invocando al poder del Estado, como la regulación de la seguridad y la
protección sanitaria y medioambiental.
Aquí no hay ninguna
contradicción. Las personas viven, sufren y resisten en el mundo real de la
sociedad existente, y cualquier persona digna debería ser partidaria de emplear
todos los medios a su alcance para salvaguardarlos y beneficiarse de ellos, aun
cuando el objetivo a largo plazo sea dejar de lado estos recursos y crear
alternativas preferibles. Al tratar estos temas, a veces he tomado prestada una
imagen utilizada por el movimiento de trabajadores rurales brasileños. Hablan
de ampliar el suelo de la jaula, la jaula de las instituciones coercitivas
existentes que pueden ampliarse mediante la lucha popular, como ha sucedido
efectivamente a lo largo de muchos años. Y podemos ampliar la imagen y pensar
en la jaula de las instituciones del Estado coercitivo como una protección
frente a las bestias salvajes que merodean por el exterior, las instituciones
capitalistas depredadoras apoyadas por el Estado y entregadas, en principio, a
la vil máxima de los amos, el beneficio privado, el poder y la dominación, con
el interés de la comunidad y sus miembros como algo secundario en el mejor de
los casos, tal vez apreciado de manera retórica, pero descartado en la práctica
por principio e incluso por ley.
Fuente: Chomsky, N. (2016), ¿Qué clase de criaturas somos?, Planeta,
Barcelona.
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