Imagen tomada de https://bit.ly/2H4qFcY
Marco Aurelio predicaba el amor universal,
incluso a los que yerran y a los que nos odian. Nosotros no debemos odiar a
nadie, ni siquiera a quien trata de matarnos. En definitiva quien hace el mal a
otro solo se perjudica a sí mismo, pues es él mismo quien se hace malo. Marco
Aurelio, como emperador, procuró proteger a los esclavos, a los huérfanos, a
los débiles todos. Fue un juez justo, pero indulgente, un buen administrador y
un defensor esforzado de las fronteras del Imperio. Él cumplía con lo que
consideraba su deber, sin ilusiones, pero sin desfallecimientos. Y en las
noches frías de la desorientación y el desánimo, en la tienda de campaña
militar, a la luz de un candil, pergeñaba reflexiones estoicas para sí mismo,
para ayudarse a vivir. Él fue el último emperador realmente grande de Roma y el
último gran filósofo estoico.
Mosterín, J. (2007), Roma, Alianza Editorial, Madrid.
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