Por Eduardo Galeano
1542
Río
Iguazú
…
Echando
humo bajo su traje de hierro, atormentado por las picaduras y las llagas, Álvar
Núñez Cabeza de Vaca se baja del caballo y ve a Dios por primera vez.
Las mariposas gigantes aletean alrededor.
Cabeza de Vaca se arrodilla ante las cataratas del Iguazú. Los torrentes,
estrepitosos, espumosos, se vuelcan desde el cielo para lavar la sangre de
todos los caídos y redimir a todos los desiertos, raudales que desatan vapores
y arcoiris y arrancan selvas del fondo de la tierra seca: aguas que braman,
eyaculación de Dios fecundando la tierra, eterno primer día de la Creación.
Para descubrir esta lluvia de Dios ha
caminado Cabeza de Vaca la mitad del mundo y ha navegado la otra mitad. Para
conocerla ha sufrido naufragios y penares; para verla ha nacido con ojos en la
cara. Lo que le quede de vida será de regalo.
Fuente:
Galeano, E. (1982), Memoria del fuego I. Los nacimientos, Siglo XXI, México, D.F.
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