Por Jesús Mosterín
El
Imperio Han del Este fue contemporáneo del Imperio Romano. Entre ambos imperios
se aprecian semejanzas, aparte de las cronológicas. El Imperio Romano siempre
estaba amenazado por los pueblos bárbaros germánicos del norte. El Imperio Han
tenía sus fronteras septentrionales igualmente amenazadas por los nómadas de la
estepa del norte, como los yuezhi y los xiongnu. Para protegerse de esa
amenaza, los chinos construyeron y reconstruyeron la Gran Muralla China. Los
romanos fortificaron el limes, sobre todo en el Rin y el Danubio.
También había notables diferencias. Toda la cultura china tenía un sabor «de
tierra adentro», frente al marítimo del mundo mediterráneo greco-romano
clásico. El emperador chino –fuera de las audiencias solmenes y las ceremonias–
vivía aislado del mundo, en su palacio, rodeado de sus mujeres y concubinas y
de los eunucos. La importancia de los eunucos en la corte china contrasta con
su ausencia en la romana. Los emperadores romanos tenían un carácter más
militar; los chinos, más civil. En China nunca existió el concepto de la
ciudad-estado o pólis; tampoco el de pueblo (populus). China
desconocía la elección de los altos cargos que practicaba Roma. Y Roma ignoraba
lo que era una burocracia profesional concienzudamente preparada y seleccionada
mediante exámenes, como la china.
Mosterín,
J. (2007), China, Alianza Editorial, Madrid.
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