Por Philip Roth
Penetrar
en el interior del prójimo era una habilidad o capacidad que el Sueco no
poseía. No tenía la combinación de esa cerradura. A quien presentaba los signos
de la bondad lo tomaba por bueno; a quien presentaba los de la lealtad lo
tomaba por leal; a quien presenta los de la inteligencia lo tomaba por
inteligente. Y por eso no había logrado ver el interior de su hija, de su
esposa, de la única amante que había tenido, y probablemente ni siquiera había
empezado a ver su propio interior. ¿Qué era él, despojado de todas las señales
que emitía? La gente estaba en pie por todas partes, gritando: «¡Éste soy yo!
¡Éste soy yo!». Cada vez que uno les miraba, se levantaban y le decían quién
era, y a decir verdad no tenían más idea que él de qué o quiénes eran. También
creían en las señales que emitían. Deberían estar en pie y gritar: «¡Éste no
soy yo! ¡Éste no soy yo!». Lo harían así si fuesen honestos. «¡Éste no soy yo!»
Entonces uno podría conocer la manera de avanzar a través de las centelleantes
tonterías de este mundo.
Fuente:
Roth, P. (1997), Pastoral americana, Random House Mondadori,
México, D.F.
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