Por Eduardo Galeano
Cuando
el gobierno de Francia decidió, en mayo del 98, reducir la semana laboral de 39
a 35 horas, dando así una elemental lección de cordura, la medida desató
clamores de protesta entre empresarios, políticos y tecnócratas. En Suiza, que
no tiene problemas de desempleo, me tocó asistir, hace algún tiempo, a un
acontecimiento que me dejó turulato. Un plebiscito propuso trabajar menos horas
sin disminuir los salarios, y los suizos votaron en contra. Recuerdo que no lo
entendí, confieso que sigo sin entenderlo todavía. El trabajo es una obligación
universal desde que Dios condenó a Adán a ganarse el pan con el sudor de su
frente, pero no hay por qué tomarse tan a pecho la voluntad divina. Sospecho
que este fervor laboral tiene mucho que ver con el terror al desempleo, aunque
en el caso de Suiza el desempleo sea una amenaza borrosa y lejana, y con el
pánico al tiempo libre. Ser es ser útil, para ser hay que ser vendible. El
tiempo que no se traduce en dinero, tiempo libre, tiempo de vida vivida por el
placer de vivir y no por el deber de producir, genera miedo. Al fin y al cabo,
eso nada tiene de nuevo. El miedo ha sido siempre, junto con la codicia, uno de
los dos motores más activos del sistema que otrora se llamaba capitalismo.
Fuente: Galeano, E. (1998), Patas arriba, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.
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