26/10/18

Los libros se manchan

Aunque se tomen todas las precauciones, los libros se manchan. Si los forras con plástico transparente, quedan a salvo del polvo y el agua, pero siguen vulnerables a las lepismas, esos bichos con antenas tan largas como su cuerpo que se cuelan por la rendija que forman la tapa y la primera página, y se quedan a vivir allí hasta que la luz del día los espanta. Las lepismas, si no han muerto, huyen, pero no se van las manchas que son su herencia. Los libros también se manchan por causas poco previsibles. Un mal día entró una paloma a mi cuarto de estudio desde la terraza, y aunque la puerta permaneció abierta, no hallaba la salida. Luego de golpearse una y otra vez contra el vidrio de la ventana, se posó en una de las estanterías. Al verme se llenó de miedo y empezó a derramar heces por doquier. Yo también me llené de miedo y quedé paralizado, hasta que un familiar vino en mi auxilio y la sacó («solo tenías que abrir la ventana»). Al limpiar los estragos encontré que el excremento había caído sobre todo en mi ejemplar del Ulises de Joyce, y aunque lo limpié con sumo cuidado, quedó manchado para siempre. Me consolé ojeando las sentencias que había subrayado en esa novela, sentencias trágicas como «No sabemos nada excepto que vivió y sufrió.» o inquietantes como «Tres agujeros todas las mujeres.». Las manchas no estropean los mejores libros.

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