Por Eduardo Galeano
1850
Montevideo
…
En
el puerto de Montevideo ha nacido Isidoro Ducasse. Una doble muralla de
fortificaciones separa del campo a la ciudad sitiada. Isidoro crece aturdido
por los cañonazos y viendo pasar moribundos que cuelgan de los caballos.
Sus zapatos caminan hacia la mar. Plantado
en la arena, cara al viento, él pregunta a la mar adónde se va la música
después que sale del violín, y adónde se va el sol cuando llega la noche, y
adónde los muertos. Isidoro pregunta a la mar adónde se fue la madre, aquella
mujer que él no puede recordar, ni debe nombrar, ni sabe imaginar. Alguien le
ha dicho que los demás muertos la echaron del cementerio. Nada contesta la mar,
que tanto conversa; y el niño huye barranca arriba y llorando abraza con todas
sus fuerzas un árbol enorme, para que no se caiga.
…
1870
París
…
Era
de hablar atropellado y se cansaba por nada. Pasaba las noches ante el piano,
haciendo acordes y palabras, y al amanecer daban lástima sus ojos de fiebre.
Isidoro Ducasse, el imaginario conde de
Lautréamont, ha muerto. El niño nacido y crecido en la guerra de Montevideo, el
niño aquel que hacía preguntas al río-mar, ha muerto en un hotel de París. El
editor no se había atrevido a enviar sus Cantos a las librerías.
Lautréamont había escrito himnos al piojo
y al pederasta. Había cantado al farol rojo de los prostíbulos y a los insectos
que prefieren la sangre al vino. Había increpado al dios borracho que nos creó
y había proclamado que más vale nacer del vientre de una hembra de tiburón. Se
había precipitado al abismo, piltrafa humana capaz de belleza y locura, y a lo
largo de su caída había descubierto imágenes feroces y palabras asombrosas.
Cada página que escribió grita cuando la rasgan.
Fuente:
Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo
Veintiuno, Buenos Aires.
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