26/9/25

En las cumbres del mundo

Por Eduardo Galeano

1802

Volcán Chimborazo

Trepan sobre nubes, entre abismos de nieve, abrazados al áspero cuerpo del Chimborazo, desgarrándose las manos contra la roca desnuda.

Han dejado las mulas a mitad de camino. Humboldt carga a la espalda una bolsa llena de piedras que hablan del origen de la cordillera de los Andes, nacida de un descomunal vómito desde el vientre incandescente de la tierra. A cinco mil metros, Bonpland ha capturado una mariposa y más arriba una mosca increíble y han seguido subiendo, a pesar de la helazón y el vértigo y los resbalones y la sangre que les brota de los ojos y las encías y los labios partidos. Los envuelve la niebla y continúan, a ciegas, volcán arriba, hasta que un hachazo de luz rompe la niebla y deja desnuda la cumbre, alta torre blanca, ante los atónitos viajeros. ¿Será, no será? Jamás hombre alguno ha subido tan cerca del cielo y se dice que en los techos del mundo aparecen caballos volando hacia las nubes y estrellas de colores en pleno mediodía. ¿Será pura alucinación esta catedral de nieve alzada entre el cielo del norte y el cielo del sur? ¿No los engañan los ojos lastimados?

Humboldt siente una plenitud de luz más intensa que cualquier delirio: estamos hechos de luz, siente Humboldt, de luz nosotros y de luz la tierra y el tiempo, y siente unas tremendas ganas de contárselo ya mismo al hermano Goethe, allá en su casa de Weimar.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.

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