Por Eduardo Galeano
En
1854, al cabo de seis años de matrimonio, se divorció el escritor inglés John
Ruskin.
Su mujer alegó que él no había cumplido
nunca con su deber conyugal, y él se justificó asegurando que ella padecía una
anomalía monstruosa.
Ruskin era el crítico de arte más
respetado en la Inglaterra victoriana.
Él había visto una incontable cantidad de
mujeres desnudas, pintadas, dibujadas o esculpidas, pero no había visto ninguna
con vello púbico, ni en la tela, ni en el mármol, ni mucho menos en la cama.
Cuando lo descubrió, en su noche de bodas,
la revelación del pelo entre las piernas le arruinó el matrimonio. Esa anomalía
monstruosa era una indecencia de la naturaleza, indigna de una dama bien
educada y quizás típica de las negras salvajes, que en las selvas se exhiben
desnudas, como si todo el cuerpo fuera cara.
Fuente:
Galeano, E. (2016), El cazador de historias, Siglo XXI, Ciudad de México.
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