Por Eduardo Galeano
Europa
había tenido la gentileza de civilizar el África negra. Le había roto el mapa y
se había tragado sus pedazos; le había robado el oro, el marfil y los
diamantes; le había arrancado a sus hijos más fuertes y los había vendido en
los mercados de esclavos.
Para completar la educación de los negros,
Europa les obsequió numerosas invasiones militares de castigo y escarmiento.
A fines del siglo diecinueve, los soldados
británicos llevaron a cabo, en el reino de Benín, una de esas operaciones
pedagógicas. Después de la carnicería, y antes del incendio, se llevaron el
botín. Era la mayor colección de arte africano jamás reunida: una enorme
cantidad de máscaras, esculturas y tallas arrancadas de los santuarios que les
daban vida y amparo.
Esas obras venían de mil años de historia.
Su perturbadora belleza despertó, en Londres, alguna curiosidad y ninguna
admiración. Los frutos del zoológico africano sólo interesaban a los
coleccionistas excéntricos y a los museos dedicados a las costumbres
primitivas. Pero cuando la reina Victoria mandó el botín a remate, el dinero
alcanzó para pagar todos los gastos de su expedición militar.
El arte de Benín financió, así, la
devastación del reino donde ese arte había nacido y sido.
Fuente:
Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo XXI, México, D.F.