29/8/25

El Centenario y el amor

Por Eduardo Galeano

1910

Ciudad de México

Por cumplirse cien años de la independencia de México, todos los burdeles de la capital lucen el retrato del presidente Porfirio Díaz.

En la ciudad de México, dos de cada diez mujeres jóvenes ejercen la prostitución. Paz y Orden, Orden y Progreso: la ley regula este oficio tan numeroso. La ley de burdeles, promulgada por don Porfirio, prohíbe practicar el comercio carnal sin el debido disimulo o en las cercanías de escuelas e iglesias. También prohíbe la mezcla de clases sociales –en los burdeles sólo habrá mujeres de la clase a la que pertenezcan los clientes–, a la par que impone controles sanitarios y gravámenes y obliga a las matronas a impedir que sus pupilas salgan a la calle reunidas en grupos que llamen la atención. No siendo en grupos, pueden salir: condenadas a malvivir entre la cama, el hospital y la cárcel, las putas tienen al menos el derecho a uno que otro paseíto por la ciudad. En este sentido, son más afortunadas que los indios. Por orden del presidente, indio mixteco casi puro, los indios no pueden caminar por las avenidas principales ni sentarse en las plazas públicas.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

22/8/25

La dignidad del arte

Por Eduardo Galeano

Yo escribo para quienes no pueden leerme. Los de abajo, los que esperan desde hace siglos en la cola de la historia, no saben leer o no tienen con qué.

Cuando me viene el desánimo, me hace bien recordar una lección de dignidad del arte que recibí hace años, en un teatro de Asís, en Italia. Habíamos ido con Helena a ver un espectáculo de pantomima, y no había nadie. Ella y yo éramos los únicos espectadores. Cuando se apagó la luz, se nos sumaron el acomodador y la boletera. Y, sin embargo, los actores, más numerosos que el público, trabajaron aquella noche como si estuvieran viviendo la gloria de un estreno a sala repleta. Hicieron su tarea entregándose enteros, con todo, con alma y vida; y fue una maravilla.

Nuestros aplausos retumbaron en la soledad de la sala. Nosotros aplaudimos hasta despellejarnos las manos.

Fuente: Galeano, E. (1989), El libro de los abrazos, Siglo XXI, Madrid.

15/8/25

El cuerpo es un pecado

Por Eduardo Galeano

En 1854, al cabo de seis años de matrimonio, se divorció el escritor inglés John Ruskin.

Su mujer alegó que él no había cumplido nunca con su deber conyugal, y él se justificó asegurando que ella padecía una anomalía monstruosa.

Ruskin era el crítico de arte más respetado en la Inglaterra victoriana.

Él había visto una incontable cantidad de mujeres desnudas, pintadas, dibujadas o esculpidas, pero no había visto ninguna con vello púbico, ni en la tela, ni en el mármol, ni mucho menos en la cama.

Cuando lo descubrió, en su noche de bodas, la revelación del pelo entre las piernas le arruinó el matrimonio. Esa anomalía monstruosa era una indecencia de la naturaleza, indigna de una dama bien educada y quizás típica de las negras salvajes, que en las selvas se exhiben desnudas, como si todo el cuerpo fuera cara.

Fuente: Galeano, E. (2016), El cazador de historias, Siglo XXI, Ciudad de México.

8/8/25

El precio del arte

Por Eduardo Galeano

Europa había tenido la gentileza de civilizar el África negra. Le había roto el mapa y se había tragado sus pedazos; le había robado el oro, el marfil y los diamantes; le había arrancado a sus hijos más fuertes y los había vendido en los mercados de esclavos.

Para completar la educación de los negros, Europa les obsequió numerosas invasiones militares de castigo y escarmiento.

A fines del siglo diecinueve, los soldados británicos llevaron a cabo, en el reino de Benín, una de esas operaciones pedagógicas. Después de la carnicería, y antes del incendio, se llevaron el botín. Era la mayor colección de arte africano jamás reunida: una enorme cantidad de máscaras, esculturas y tallas arrancadas de los santuarios que les daban vida y amparo.

Esas obras venían de mil años de historia. Su perturbadora belleza despertó, en Londres, alguna curiosidad y ninguna admiración. Los frutos del zoológico africano sólo interesaban a los coleccionistas excéntricos y a los museos dedicados a las costumbres primitivas. Pero cuando la reina Victoria mandó el botín a remate, el dinero alcanzó para pagar todos los gastos de su expedición militar.

El arte de Benín financió, así, la devastación del reino donde ese arte había nacido y sido.

Fuente: Galeano, E. (2004), Bocas del tiempo, Siglo XXI, México, D.F.

1/8/25

La Triple Infamia

Por Eduardo Galeano

1865

Buenos Aires

Mientras en Norteamérica la historia gana una guerra, en América del sur se desencadena otra guerra que la historia perderá. Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo, los tres puertos que hace medio siglo aniquilaron a José Artigas, se disponen a arrasar el Paraguay.

Bajo las sucesivas dictaduras de Gaspar Rodríguez de Francia, Carlos Antonio López y su hijo Francisco Solano, caudillos de muy absoluto poder, el Paraguay se ha convertido en ejemplo peligroso. Corren los vecinos grave riesgo de contagio: en el Paraguay no mandan los terratenientes, ni los mercaderes especulan, ni asfixian los usureros. Bloqueado desde afuera, el país ha crecido hacia adentro, y sigue creciendo, sin obedecer al mercado mundial ni al capital extranjero. Mientras los demás patalean, ahorcados por sus deudas, el Paraguay no debe un centavo a nadie y camina con sus propias piernas.

El embajador británico en Buenos Aires, Edward Thornton, es el supremo sacerdote de la feroz ceremonia de exorcismo. Argentina, Brasil y Uruguay conjurarán al demonio clavando bayonetas en el pecho de los soberbios.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.