28/2/25

Un saludo

Por Jesús Mosterín

Somos sistemas físicos, partes del Universo, pero no partes cualesquiera: somos (o podemos llegar a ser) partes conscientes del Universo y, por tanto, partes de la conciencia cósmica. La conciencia cósmica es la conciencia distribuida del Universo (la «conciencia divina», si se quiere hablar metafóricamente). Cuando nuestro cerebro piensa, decimos que nosotros pensamos. Nuestro cerebro es parte nuestra, pero nosotros somos partes del Universo y, por tanto, nuestro cerebro es parte del Universo. Cuando pensamos en el Universo con nuestro cerebro, el Universo se piensa a sí mismo en nuestro cerebro. Nuestros pensamientos son chipas «divinas», chispas de la conciencia cósmica. Es posible que otras criaturas inteligentes piensen también en el Universo en algún otro lugar en la vasta inmensidad del espaciotiempo, pero no lo sabemos. Si existen, ellos son también partes de la conciencia cósmica distribuida, participantes, como nosotros, en la autoconciencia universal. No sabemos si existen. Por si acaso, desde aquí les envío un saludo.

Fuente: Mosterín, J. (2013), Ciencia, filosofía y racionalidad, Gedisa, Barcelona.

21/2/25

José María Arguedas

Por Eduardo Galeano

1969

Lima

 

Imagen tomada de https://shorturl.at/b7sKB

Arguedas se parte el cráneo de un balazo. Su historia es la historia del Perú; y enfermo de Perú se mata.

Hijo de blancos, José María Arguedas había sido criado por los indios. Habló quechua durante toda su infancia. A los diecisiete años fue arrancado de la sierra y arrojado a la costa; salió de los pueblitos comuneros para entrar en las ciudades propietarias.

Aprendió la lengua de los vencedores y en ella habló y escribió. Nunca escribió sobre los vencidos, sino desde ellos. Supo decirlos; pero su hazaña fue su maldición. Sentía que todo lo suyo era traición o fracaso, desgarramiento inútil. No podía ser indio, no quería ser blanco, no soportaba ser a la vez el desprecio y el despreciado.

Caminó el solitario caminante al borde de ese abismo, entre los dos mundos enemigos que le dividían el alma. Muchas avalanchas de angustia le cayeron encima, peores que cualquier alud de lodo y piedras; hasta que fue derribado.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.

14/2/25

Aramco

Por Amnistía Internacional

En 2023, la empresa estatal saudí Aramco produjo de media más de 12 millones de barriles de petróleo al día. Su objetivo era aumentar esta producción en cerca de un millón de barriles diarios para 2027 y aumentar su producción de gas natural en un 50% para 2030. Se calculaba que el petróleo y el gas producidos por Aramco habían sido responsables de más del 4% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero desde 1965 y, según un estudio, en 2018 representaron alrededor del 4,8% de todas las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, la mayor proporción de todas las empresas de petróleo y gas.

Fuente: Amnistía Internacional (2024), La situación de los derechos humanos en el mundo, EDAI, Madrid.

7/2/25

Los gamines

Por Eduardo Galeano

1969

Bogotá

Tienen la calle por casa. Son gatos en el salto y en el manotazo, gorriones en el vuelo, gallitos en la pelea. Vagan en bandadas, en galladas; duermen en racimos, pegados por la helada del amanecer. Comen lo que roban o las sobras que mendigan o la basura que encuentran; apagan el hambre y el miedo aspirando gasolina o pegamento. Tienen dientes grises y caras quemadas por el frío.

Arturo Dueñas, de la gallada de la calle Veintidós, se va de su banda. Está harto de dar el culo y recibir palizas por ser el más pequeño, el chinche, el chichigua; y decide que más vale largarse solo.

Una noche de éstas, noche como cualquier otra noche, Arturo se desliza bajo una mesa de restorán, manotea una pata de pollo y alzándola como estandarte huye por las callejuelas. Cuando encuentra algún oscuro recoveco, se sienta a cenar. Un perrito lo mira y se relame. Varias veces Arturo lo echa y el perrito vuelve. Se miran: son igualitos los dos, hijos de nadie, apaleados, puro hueso y mugre. Arturo se resigna y convida.

Desde entonces andan juntos, patialegres, compartiendo el peligro y el botín y las pulgas. Arturo, que nunca habló con nadie, cuenta sus cosas. El perrito duerme acurrucado a sus pies.

Y una maldita tarde los policías atrapan a Arturo robando buñuelos, lo arrastran a la Estación Quinta y allí le pegan tremenda pateadura. Al tiempo Arturo vuelve a la calle, todo maltrecho. El perrito no aparece. Arturo corre y recorre, busca y rebusca, y no aparece. Mucho pregunta y nada. Mucho lo llama y nada. Nadie en el mundo está tan solo como este niño de siete años que está solo en las calles de la ciudad de Bogotá, ronco de tanto gritar.

Fuente: Galeano, E. (1986), Memoria del fuego 3 EL SIGLO DEL VIENTO, Siglo Veintiuno, Madrid.