Quisiera ser pequeño muy pequeño, para
colarme por el breve espacio entre la piel de tu espalda y la tela que la
recubre, ese mínimo espacio que varía de forma según las vicisitudes del aire y
el movimiento del cuerpo. Aprovecharía esos túneles para escalar hasta tu
hombro y deslizarme a continuación hacia el pezón que corona tu seno. Desde esa
tierra prometida atisbaría el pezón gemelo que me espera del otro lado y subiría
rodando hacia él con la energía adquirida en el descenso, solo para volver
enseguida al primer pezón, y luego rodaría de vuelta al segundo pezón, y
viviría yendo de un pezón al otro sin descanso en incesante sube y baja, como
el péndulo del reloj de cuerda que mi abuelo echó a andar esta mañana, como el
columpio del parque arrullado por la brisa, como el registro de un sismo de
magnitud tres punto cuatro, trazando con mi huella un camino preferente, un rubor
como mancha de salitre o picado de zancudo, acostumbrado ya a tus ángulos que apenas varían. Hasta que el deseo que no cesa cese
de golpe y pueda olvidarte y buscar otro consuelo.
Lo más leído el último mes
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario