Por Bertrand Russell*
El sentido del pecado que domina a muchos
niños y jóvenes y a menudo dura hasta la vida adulta, es una desdicha y una
fuente de confusión que no tiene ningún propósito útil. Se produce casi
enteramente por la enseñanza moral convencional acerca del sexo. El sentimiento
de que el sexo es malo hace imposible el amor feliz, hace que los hombres
desprecien a las mujeres con las que tienen relaciones y, a menudo, que tengan
impulsos crueles hacia ellas. Además, la confusión en la que desemboca el
impulso sexual cuando se inhibe, tomando la forma de amistad sentimental o
ardor religioso o lo que sea, causa una falta de sinceridad intelectual que es
muy hostil a la inteligencia y al sentido de realidad. La crueldad, la
estupidez, la incapacidad para las relaciones personales armoniosas, y muchos
otros defectos, tienen su origen en la mayoría de casos en la enseñanza moral impartida
durante la infancia. Digámoslo con la mayor simplicidad y franqueza: no hay
nada malo en el sexo, y la actitud convencional en este asunto es morbosa. Creo
que ningún otro mal en nuestra sociedad es una fuente tan poderosa de miseria
humana, ya que no solo causa una larga cadena de males, sino que inhibe la
bondad y el afecto humano que podrían llevar a los hombres a remediar los otros
males evitables –económicos, políticos y raciales– que torturan a la humanidad.
Fuente: Russell, B. (1957), Why I am not a Christian, Routledge,
London.
*La traducción es mía.
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