La propaganda del gobierno de ese país es
inocua ante un joven que en otro país se sube a un autobús a vender cualquier
cosa mientras cuenta que la crisis le obligó a migrar y a suspender la carrera
universitaria, ni puede hacer nada ante la mujer que ha abandonado su país para
prostituirse en otro. Ese país es Venezuela y el otro –el mío– es Ecuador.
Pocos síntomas más elocuentes acerca de la gravedad de una crisis social que un
éxodo, una emigración de grandes proporciones, como la que los venezolanos están
protagonizando en los últimos años, huyendo hacia países como Brasil, Colombia,
Costa Rica, Ecuador, España, Estados Unidos, Perú, Trinidad y Tobago.
Los ecuatorianos también
protagonizaron un éxodo a comienzos de este siglo: una severa crisis económica
empujó a más de un millón de ecuatorianos a salir del país, sobre todo hacia
España, Estados Unidos e Italia. Esa crisis se produjo luego de que una serie
de gobiernos aplicaran medidas económicas de corte neoliberal, que promueven la
disminución de la capacidad del estado para garantizar derechos económicos y
sociales como la recaudación de impuestos o los servicios de salud y educación,
pero lo mantienen como garante de las prerrogativas de las élites. En realidad
toda Latinoamérica estuvo sometida a las directrices neoliberales promovidas
por Estados Unidos.
Imagen tomada de https://bit.ly/2TTZ4RE
Lo trágico del éxodo
venezolano que ahora mismo padecemos es que lo ha provocado un gobierno que
comenzó con la intención de superar esa etapa neoliberal, el primero de varios
gobiernos sudamericanos con la misma consigna. Chávez utilizó la riqueza
petrolera para beneficiar a la población, y esos esfuerzos se reflejaron
claramente en indicadores sociales importantes. Por ejemplo, según el PNUD
(Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), la pobreza en Venezuela
disminuyó de 52 por cien en 2000 a 29 por cien en 2012. Con Maduro, el delfín
de Chávez, esa tendencia no solo que no continuó sino que se revirtió
dramáticamente. Los datos oficiales ya no parecen fiables, pero un estudio
llevado a cabo por universidades venezolanas indica que «el 73% de los hogares
del país sufrían pobreza de ingresos en 2015», y el latinobarómetro más
reciente indica que en 2017 el 58 por cien de los venezolanos no tenía
suficiente comida para alimentarse.
Autores como Noam Chomsky
encuentran en el mal manejo económico del gobierno la causa de este desastre.
El modelo económico de Venezuela es insostenible porque dependió del alto
precio del petróleo –un fenómeno temporal–, y promovió la importación de
manufacturas, en lugar de apostar por la exportación de bienes elaborados y de
potenciar la agricultura. A eso se suma un aterrador nivel de corrupción.
El futuro inmediato es
deprimente. El gobierno venezolano no pudo construir un estado del bienestar.
Ni siquiera pudo evitar el retroceso brutal de los indicadores sociales. Del
otro lado, la mayor parte de partidos de oposición –que ya no tienen la
garantía para participar en elecciones justas como en los primeros años de
Chávez–, se muestran muy preocupados por acabar con Maduro, pero no parecen
comprometidos con el bienestar ciudadano. ¿Cuántos años tendrán que pasar hasta
que los venezolanos puedan tener el gobierno que se merecen?
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