3/10/25

Canek

Por Eduardo Galeano

1761

Cisteil

Los indios mayas proclaman la independencia de Yucatán y anuncian la próxima independencia de América.

Puras penas nos ha traído el poder de España. No más que puras penas.

Jacinto Uc, el que acariciando hojas de árboles hace sonar trompetas, se hace rey. Canek, serpiente negra, es su nombre elegido. El rey de Yucatán se ata al cuello el manto de Nuestra Señora de la Concepción y arenga a los demás indios. Han rodado por el suelo los granos de maíz, han cantado guerra. Los profetas, los hombres de pecho caliente, los iluminados por los dioses, habían dicho que despertará quien muera peleando. Dice Canek que no es rey por amor al poder, que el poder quiere más y más poder y se derrama el agua cuando se llena la jícara. Dice que es rey contra el poder de los poderosos y anuncia el fin de la servidumbre y de los postes de flagelación y de los indios en fila besando la mano del amo. No podrán atarnos: les faltará cordel.

En el pueblo de Cisteil y en otros pueblos se propagan los ecos, palabras que se hacen alaridos; y frailes y capitanes ruedan en sangre.

1761

Mérida

Después de mucha muerte, lo han apresado. San José ha sido el patrono de la victoria colonial.

Acusan a Canek de haber azotado a Cristo y de haber llenado de pasto la boca de Cristo.

Lo condenan. Van a romperlo vivo, a golpes de hierro, en la Plaza Mayor de Mérida.

Entra Canek en la plaza, a lomo de mula, casi escondida la cara bajo una enorme corona de papel. En la corona se lee su infamia: Levantado contra Dios y contra el Rey.

Lo descuartizan poco a poco, sin regalarle el alivio de la muerte, peor que a bestia en el matadero; y van arrojando sus pedazos a la hoguera. Una larga ovación acompaña la ceremonia. Por debajo de la ovación, se murmura que los siervos echarán vidrio molido en el pan de los amos.

1761

Cisteil

Los verdugos arrojan al aire las cenizas de Canek, para que no vaya a resucitar el día del Juicio Final. Ocho de sus jefes mueren en el garrote vil y a doscientos indios les cortan una oreja. Y para culminación del castigo, doliendo en lo más sagrado, los soldados queman las sementeras de maíz de las comunidades rebeldes.

El maíz está vivo. Sufre si lo queman, se ofende si lo pisan. Quizás el maíz sueña a los indios, como los indios lo sueñan. Él organiza el espacio y el tiempo y la historia de la gente hecha de carne de maíz.

Cuando Canek nació, le cortaron el ombligo sobre una mazorca. En nombre del recién nacido, sembraron los granos manchados de su sangre. De esa milpa se alimentó, y bebió agua serenada, que contiene luz de lucero; y fue creciendo.

Fuente: Galeano, E. (1984), Memoria del fuego 2: Las caras y las máscaras, Siglo Veintiuno, Buenos Aires.