Pocas veces discrepábamos con alguno de
los admirados maestros de la secta, pero la discusión era estimulante las pocas
veces que se abría paso un disenso. En un libro de hace ya casi un siglo, un
maestro había sugerido una moral sexual alternativa que reemplace a la
anticuada moral victoriana, todavía vigente en aquel entonces en Inglaterra y
Estados Unidos. A continuación resumiré su propuesta. La evidencia
antropológica apunta a que hombres y mujeres, si no se cohíben, son polígamos. El
sexo sin hijos de por medio debería ser libre, la sociedad no debería
entrometerse en asuntos privados. Pero en una sociedad industrial, la buena
crianza de los hijos es prioritaria. Las parejas deberían perdurar el tiempo
suficiente para criar a los hijos de la mejora manera. Una pareja bien
establecida no debería deshacerse si el marido o la mujer mantienen una
relación extramarital ligera. No se trata de reprimir el deseo, sino de
controlar los celos. Hasta ahí la propuesta. En la secta habíamos llegado a la
conclusión de que sería inviable llevarla a la práctica porque nos parecía que la
mujer es, en promedio, menos propensa a las relaciones fugaces que el hombre o,
en general, menos libidinosa que el hombre. Incluso si las oportunidades que la
sociedad ofrece a las mujeres fuesen tan amplias como las que ofrece a los
hombres, seguirían siendo los hombres los que más violan, los que más pornografía
consumen y los más fascinados con la prostitución. La única forma de alcanzar
la plena igualdad, pensábamos en la secta, sería modificar genéticamente a la
mujer para que sea tan fuerte como el hombre. Es la mayor musculatura del
hombre la que le ha permitido someter a la mujer en todas las eras.
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